Comentario
La oportunidad de lo que sigue se justificaría con sólo pensar que en nuestro paisaje artístico, la huella de Roma sigue siendo indeleble, y su legado monumental y artístico uño de los más importantes de cuantos jalonan la rica trayectoria de nuestra Historia del Arte. Es la idea que vívidamente expresa, refiriéndose a Andalucía, Marguerite Yourcenar: "Por todas partes, sobre el mapa y sobre el suelo de la actual Andalucía, afloran las ciudades, los caminos, los acueductos, los puertos, los monumentos de la España tranquila, superpoblada, próspera, que entregaba a Roma su cuero, su carne salada, su alfalfa y los lingotes de sus minas" (en "L'Andalousie ou Les Hespérides"). Pero además de ser uno de los legados artísticos más importantes, es de los peor comprendidos, de donde la necesidad de una reflexión reposada sobre algunos de sus problemas de enfoque básicos.
En Roma casi todo es mayúsculo y, transcurridos dos milenios, todavía no ha encontrado competidores que se le puedan parangonar como símbolo de vigor, de fuerza o de calidad en las creaciones artísticas, sobre todo en el campo de la arquitectura y la ingeniería. Pero también los problemas alcanzan, en mucho de lo que atañe a Roma, dimensiones enormes, a la escala de la impresionante magnitud de los fenómenos de toda índole -política, económica, sociológica, cultural- que bulleron en el seno del Imperio Romano. La inclusión de Hispania en su vasta y complejísima estructura es un acontecimiento capital de nuestra Historia, de toda nuestra Historia, desencadenante de una larga serie de consecuencias que componen lo que, en conjunto, se entiende por romanización. Así se alude al complejo fenómeno por el que Hispania fue modificando sus antiguas culturas por el contundente efecto aculturador, homogeneizador de Roma, uno de cuyos resultados principales fue la imposición paulatina del latín como lengua casi exclusiva de los habitantes de Hispania. Pero las aportaciones romanas convivieron largo tiempo, siempre en muchas cosas, con las no romanas, y no siempre fue una convivencia paralela, sino también entrecruzada, en la que las unas influían en las otras, en ambas direcciones, con el resultado de formas culturales híbridas -en el arte, en el derecho, en las fórmulas de organización institucionales, en la tecnología, en la religión, etc. - de gran complejidad e interés. El enriquecimiento de las culturas hispanas fue enorme, y el progreso de muchas de ellas, decisivo para su incorporación a las fórmulas de organización cultural desarrolladas propias de la vida urbana, que Roma impulsó extraordinariamente en todas partes y, sobre todo, con un impulso nuevo, que se hacía imprescindible, en aquellas regiones que permanecían apartadas de la civilización, de la civitas -la ciudad-, en su más estricto sentido. Era el caso de buena parte de la Hispania interior y atlántica. Pero también Roma enriqueció su acervo propio por el contacto con las culturas que fueron integrándose al Imperio. Paradigmático fue el caso de Grecia, en cuya civilización cimentó Roma sus posibilidades y capacidades de convertirse en un Imperio universal, al hacer de sí misma, en un prodigioso proceso de aprendizaje, de puesta al día, la primera potencia helenística del Mediterráneo. También la conquista de Hispania fue para Roma una importante fuente de enriquecimiento, no sólo por lo que le reportaron sus abundantes recursos naturales, o por lo que supuso de extraordinaria experiencia la ampliación del Imperio a un territorio tan lejano y culturalmente tan complejo y heterogéneo; el enriquecimiento -decía- llegó, además, por todo lo que civilizaciones de vieja solera, que arrancan con la mitificada Tartessos, podían aportar a Roma al cabo de una larguísima experiencia de vida urbana, de vieja politeia, como ensalzaba Estrabón al referirse a los refinados pueblos del Mediodía español.
Las culturas ibéricas, enriquecidas por la secular presencia en Hispania de fenicios, griegos y cartagineses, se presentaban ante Roma con un cúmulo de experiencias económicas, políticas, artísticas y, en una palabra, culturales, que influyeron decisivamente en lo que habría de ser Roma en el futuro. No se trata de hacer aquí un panegírico al viejo estilo chauvinista de lo que España dio al Imperio romano, empezando la lista del legado por la nómina de emperadores u hombres de letras que nacieron en las provincias hispanas. Si se trata de contemplar los fenómenos de aculturación en ambos sentidos cuando las evidencias así lo exijan, y calibrar los cambios en su verdadera magnitud y dirección, lo que constituye una de las empresas abordadas con más ahínco en la investigación de los últimos años. No hace falta decir que las nacionalidades, reimpulsadas al amparo del actual ordenamiento constitucional, han sido un acicate al estudio de los fenómenos de romanización y de indigenismo desde nuevas perspectivas. No siempre correctas, dicho sea de paso. El hecho es que los fenómenos de romanización, de hibridismos, de perduración, son ingredientes principales, a contemplar cada uno en su justa medida, de los procesos culturales de gran trascendencia que tuvieron lugar en la Hispania romana. Y son fenómenos que tienen en el arte un reflejo principal, así como una vía de análisis de primer orden. De ahí el interés de contemplar el arte en toda su complejidad, sin simplismos que enmascaren una realidad mucho más rica y atractiva cuando es vista con sus múltiples facetas. Es en este sentido en el que el arte de la Hispania romana se presenta como un problema no resuelto, o no del todo resuelto -como sería mejor decir-, ya que la investigación última está subrayando aspectos novedosos antes no advertidos y soluciones en la línea que se sugiere, pero haciendo ver también lo mucho que queda por recorrer en la nueva consideración que el arte hispanorromano merece o exige.
Es significativa de su complejidad la inicial dificultad terminológica que se presenta ante una denominación como la de arte hispanorromano o arte de la Hispania romana. Porque por tal pueden y suelen entenderse cosas muy distintas. ¿Es el arte puramente romano trasladado a Hispania como consecuencia de la conquista? ¿Es el arte que se produce en Hispania en tiempos de la dominación romana, aunque tenga poco o nada que ver con lo estrictamente romano? ¿Es el arte romano con claras señas de identidad como tal, pero con cualidades específicas como consecuencia de su producción en esta extrema provincia del Imperio, con los condicionantes que ello pudo suponer? ¿Es el arte híbrido manado de la fusión de tendencias hispanas y romanas? A veces no se explicita la pertenencia a cada una de éstas y de otras posibles corrientes, y se yuxtaponen en una consideración global que se presta a una lectura confusa del conjunto. Conviene aclarar en cada caso qué raíces alimentan ésta o aquella producción artística y por qué razones, sin confusiones que enturbien la visión correcta de los fenómenos culturales y artísticos.
Algo diré de cada una de estas corrientes, con especial atención a los fenómenos artísticos que denuncian fusión cultural, o particularización de lo romano como consecuencia de las posibilidades que Hispania proporcionaba, y de la particular interpretación que podía hacerse del arte romano a partir de las tradiciones locales.